martes, 21 de septiembre de 2010

El arte de no ser buen artista: Florence Foster Jenkins y The Shaggs

Vale. La música es arte. Eso dicen algunos. Yo la verdad es que no lo tengo muy claro. Luego dicen que industria. Claro. No te jode. A ver que cojones no es industria hoy en día. Hasta el sexo tiene su industria, que coño, hasta el amor. Hay empresas que se dedican a eso, bastardos, y yo que creía en los cuentos de hadas, en pasear de la mano y en comer panochas mirando el mar. En fin, que resulta que no lo sé. Lo del arte digo. Porque realmente es un término muy complejo, y hay mucha música que no es arte, eso seguro. Entonces entran los gustos. Que para gustos granos, que decía mi abuelo. Porque unos se fijan en que hagas slap, o en los redobles. Pero entonces llegan los punkis, allá por los 70 y dicen: "eh! esperad, porque yo tengo un par de cosas que decir y las voy a decir a grito pelao, y con baterías de "tutupá tutupá", y con bajos que huyen de las octavas y con tachuelas". Y entonces la gente dice: "ey! pero si el ruido también puede ser música!" Pues claro idiota. Lo que pasa es que tu no tienes dos dedos de frente y te crees que el arte solo se hace dentro de museos palurdo. Bueno, eso es lo que le diría alguien como yo. Pero total que el ruido es arte (a colación de esto bien podíamos ponernos a hablar del ruidismo y otros tantos estilos experimentales, pero hoy no). Y entonces yo me planteo un hecho, si la música puede estar mal tocada entonces también es importante que seas molón o que no lo seas, más allá de que seas buen músico o no, no sé si me entienden. Quiero decir, Jonhy Deep mola, tiene rollito, viste curioso, mal pero bien, como gusta a las chicas, es guapo, y combina muy bien ese cine independiente que le da el prestigio de la crítica con esos otros papeles más frívolos de piratas que le proporcionan una buena cantidad de pasta. Y a lo mejor si tuviese pinta de rompetechos no dirían que es tan buen actor. Que yo no lo sé. A mi Jonhy Deep me gusta. Me parece muy guapo. Actor quiero decir. Total, que al final, ¿qué más me da tocar bien o no, o que ese grupo toque de la hostia, si luego los miras en un escenario y parecen patos sin cabeza o farolas con instrumentos? ¿Es eso no? Bueno, da igual, pero que pensando yo en estas cuestiones me vienen a la cabeza dos historias que hablan un poco de eso (o no). Son dos historias bastante diferentes de cómo triunfar sin tener ni idea de música. Básicamente con fe en lo que haces, o con un padre enloquecido por las visiones de su abuela. Suena raro, pero allá vamos:

FLORENCE FOSTER JENKINS fue una mujer apasionante. De esas de las que si te enamoras o estás perdido o estás perdiendo el tiempo, porque esta estadounidense sólo tuvo un amor. La música. Desde su niñez recibió clases de canto y soñó con triunfar como cantante de ópera. Desde muy pronto quiso viajar al extranjero y seguir con sus estudios en la Europa bohemia que por aquel entonces pintaban Renoir o Van Gogh en sus cuadros. Pero su padre se negó. Parece que el buen hombre ya tenía claro la poca habilidad musical de su hija. Jenkins de todas formas consiguió alejarse del núcleo familiar, que intentó disuadir a su hija, pero logró viajar hasta Filadelfia donde prosiguió sus estudios y comenzó a dar clases de piano. Cuando su padre murió y gracias a la fortuna que heredó de él pudo continuar sus estudios y fundó y financió the Verdi Club. Poco después, incluyéndose a ella misma en las funciones del club, comenzó a dar sus primeros recitales allá por 1912.

Era una mujer increíble, con una total falta del ritmo, con una carencia vocal absoluta. En las notas más altas parecía que en su garganta estuviesen luchando a muerte y con cuchillos una gallina y un gato, como un tren de mercancías frenando en el fin del mundo. Esperpento puro. Escuchen y opinen.



La gente claro está, se reía. Pero lejos de entristecerse, y ahí reside la maravillosa personalidad de esta mujer, ella se defendía diciendo que las risas eran fruto de unos cuantos envidiosos. Incluso comparaba su voz a las de prestigiosas sopranos como Frieda Hempel y Luisa Tetrazzini. Resulta difícil pensar que siguió creyendo en esto cuando en los recitales que siguieron continuaron las risas, e incluso su pianista, que debía hacer variaciones en las partituras para seguir las raras jams operísticas de la señora Jenkins, ponía caras por detrás de esta para potenciar el carácter cómico de los espectáculos. De todas formas el público siempre la ovacionaba. Al fin y al cabo era como haber asistido a un espectáculo de Leo Bassi. Incluso cuando cantaba clavelitos de Joaquin Valverde, su canción preferida, ella misma repartía flores al público uno a uno. Cuando le pedían un bis y no tenía más repertorio. Las recogía y volvía a repetir el numerito. No me digan que no es alucinante. En una ocasión un taxi la atropelló. Lejos de demandar al taxista y al descubrir en el trágico suceso que podía hacer una tonalidad más alta en Fa, le envió al taxista una caja de habanos en agradecimiento. No sé ustedes pero yo estoy haciendo reverencias.

Me sorprende esta historia. Y me fascina. Las entradas siempre se agotaban. Se vendían en reventa por un precio tres veces superior al inicial. Dejó de dar recitales. Decidió dar, a petición popular, un último recital. Después de un tiempo murió. Algunos dicen que porque nunca pudo superar las feroces opiniones de los críticos musicales. Yo pienso que no. Porque como ella decía. "Podrán decir que no sé cantar. Pero nunca podrán decir que no canté". Ole tus huevos Jenkins.



Hablar THE SHAGGS es hablar sobre la historia de su padre, Austin Wiggins, y de una premonición. Según cuenta la leyenda su abuela, en un grave estado febril y a punto de morir, predijo que Austin se casaría con una rubia, así ocurrió, que tendría dos nietos a las que no conocería nunca, tal fue su desgracia, y que sus hijos formarían una banda famosa. Esto estaba por ver.

Dispuesto a cumplir la profecía como la cumplen los vaqueros, los borrachos y los porteros de discoteca, es decir, por las buenas o por las malas, pagó unas clases a distancia de música a sus hijas mayores y les pidió que sacarán unas canciones porque iban a grabar un disco. Eso es rock. Eso morro. Eso la locura que en tantas ocasiones le falta a la música.

Cuando llegaron al estudio y tras escuchar el ingeniero de grabación lo que habían preparado las inocentes Dorothy, Betty y Helen, este les sugirió que tal vez deberían ensayar más. El padre, Austin contestó con una fe vehemente en la creación por ciencia infusa de sus hijas y contestó con su célebre frase: “No, las quiero ahora que están calientes”. Al técnico de sonido no le quedó otra que grabar atónito todo el disco, que se llamaría Philosophy of the World. No pudo comprender su preparada cabecita de ingeniero la vanguardia de su música, no logró entender la lógica interna de las composiciones (si la existe), los acordes cortados con cuchillo como por capricho, las voces desafinadas, los ritmos absurdos y descuadrados, o las baterías ajenas a la existencia de otros músicos e imbuida por quién sabe que tipo de conciencia de la simetría o el orden. Aquí tienen!



Un tipo que estaba en el estudio, Charlie Dreyer, se ofreció a distribuir el disco en su sello, Third World. Después de pagar Austin por adelantado y asegurarse mil copias del disco sólo recibió 100 y nunca más supo del distribuidor. Obcecado todavía en ver a sus hijas triunfar envió el disco a varias estaciones radiofónicas. Luego The Shaggs, convertidas en cuarteto tras el ingreso de Rachel, la hermana menor, en el bajo, halló un local donde tocar todos los sábados por la noche, pero el fallecimiento de su mentor, en 1975, significó el fin del grupo.

La historia no habría ido a más si cierto tiempo después gente como Frank Zappa o Kurk Cobain no hubiesen citado a este extraño grupo de Fremont, New Hampshire, y su disco, como uno de los mejores de la historia. El primero llegó a decir que eran mejores que los Beatles.

Philosophy of the World fue más un reto que un simple disco. Y sin saberlo, The Shaggs crearon un terreno estético y ético del que son únicas habitantes. Maldita sea Austin, al final tu abuela tenía razón, al final lo lograron.




Tanto Jenkins en el mundo de la ópera como Austin y sus hijas en el mundo del rock-pop (o vayan ustedes a saber que coño de música es esa) consiguieron el éxito, si bien The shaggs han tenido más notoriedad años después de la disolución del grupo. No sabían cantar, ni tocar un instrumento (al menos no como en principio se debería). Pero que se jodan los robots de conservatorio y los puretas de la cultura. Personalmente cuando he escuchado el disco de Jenkins no he podido parar de reir. Y cuando he escuchado el de The shaggs me he reído y me he quedado como idiota. Me parece justo. El rock también trata de eso.

Sigilo Nipples

2 comentarios:

  1. lo de las shaggs a mí me fascinó cuando las oí y no tuve mas remedio que investigar!!me quedé atónita tras tal aberración sonora!!

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  2. me han entrado ganas de abrazar los altavoces.

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